lunes, octubre 23, 2006

El blog del Averno

A continuación la ponencia de Homero Carvalho. En línea desde el Encuentro:

No sé si era Jaime Sáenz quien decía que perderse en las ciudades no era tarea fácil, que había que saber hacerlo. Perderse pues en la ciudad de La Paz no es fácil, porque basta que uno descienda por cualquiera de sus empinadas calles para llegar al centro, al Prado y de allí a cualquier parte.

Existen, sin embargo, lugares, en la ciudad de Nuestra Señora de La Paz, donde la orientación del descenso no nos sirve para nada, porque sus bajadas no conducen a ninguna parte. Esos lugares son los callejones que entrecruzan algunos barrios paceños.

En el barrio de San Pedro existió un callejón conocido por iniciados en los ritos del alcohol, las palabras, las malas noches y las delirantes madrugadas. Caracoles se llamaba el extraño callejón al que, solamente, se podía acceder entrando por la Plaza Belzu. Pretencioso nombre para algo que era un patio empedrado en homenaje a un Presidente populista que muchos paceños consideran un santo. De la placita subiendo hacia la calle Murillo, apellido del célebre prócer que dejó una Tea encendida, pero que nunca dijo donde la ocultó, se encontraba el ingreso al callejón. En algún lugar entre las viejas casonas de adobe se abría un espacio de apenas un metro de ancho, por el que escurría un nauseabundo líquido que podía pensarse provenía de las aguas servidas de las casas sombrías del propio callejón. Había que subir sorteando el líquido para no mojarse los zapatos, la subida todavía era conciente de la bajada nadie se acordaba.
Ubicar el callejón no era sencillo, pues si uno no estaba convenientemente borracho este no aparecía ante nuestros ojos, mientras más sobrios menos posibilidades de encontrarlo había. En cambio si llegábamos a la zona con unas copitas de más y con los ojos vidriosos, parecía que una brújula interior se hubiera activado y como si un piloto automático nos guiara penetrábamos en el hasta llegar a una bifurcación, en cuyo pico de plancha sobrevivía una casucha ladeada pintada de un rojo espantoso. El vetusto edificio parecía que podía caerse en cualquier momento, cosa que como buenos e irresponsables borrachos no nos importaba y que, gracias a Baco, no sucedió mientras estuvimos en su interior. Adentro de la casa un enorme diablo recibía a los visitantes y un viejo con cara de sapo servía unos brebajes humeantes conocidos como “quemapechos”. El que iba por primera y no sabía de qué se trataba corría el riesgo de quemarse la lengua, la tráquea y el alma misma.

El callejón Caracoles y el bar Averno desaparecieron de la faz de la tierra, violentamente borrados del mapa urbano por los vientos cosmopolitas y en su lugar está el vacío del asfalto. El bar era el pretexto para hablar de literatura, intercambiar libros, leer cuentos y poemas, hablar mal de otros escritores y emborracharnos hasta que las velas no ardiesen en homenaje a Arturo Borda o al Conde Lautremont.

Hoy, creo que íbamos hasta allá para sentirnos malditos, para estar juntos a los despreciados, junto a las escorias de la sociedad, delincuentes, prostitutas, pintores, poetas y otra gente peor. El ambiente nos hacía sentir vivos y las palabras cobraban nuevos bríos entre nosotros llegando a acaloradas discusiones que muchas veces terminaban, como debe ser, en ridículas peleas de poetas beodos.
En el Bar Averno se armaban revistas de literatura, se corregían libros, se declamaban poemas inéditos, se ilusionaba con premios y viajes. La palabra era la vida y la vida era marginal para nosotros conspicuos conversadores. Después del Averno no fue fácil encontrar otro sitio donde refugiarnos porque La Paz y los tiempos estaban cambiando, años más tarde, el poeta Jorge Campero abrió Ave Sol, un nostálgico cuartito en una calle a pocos pasos de la Universidad Mayor de San Andrés. Pero nada se repite, había otro ambiente, mucho más literario y menos marginal pero igual de interesante para los amantes de las palabras. Y también fue un sitio de encuentros y desencuentros literarios.

Ahora, a veinte años de estos recuerdos, no existe ninguno de estos espacios y pareciera que estos sitios de encuentros literarios han sido reemplazados por los cafés. Que tampoco es lo mismo. Sé que hay que aprovechando la tecnología y siguiendo sus herramientas han hecho del éter un lugar de encuentro. Creo que son los jóvenes quienes más boliches etéreos han abierto para intercambiar palabras e imágenes y sé llaman “Blog”, que no se que quiere decir pero que me gusta. Sé también que se han convertido en los sitios preferidos de muchos escritores.

Me atrevo a decir que, en el siglo XX, el escenario para hablar de literatura era el bar, el Bar Averno era nuestra realidad creada para hacer literatura. En los albores del tercer milenio parece ser que el escenario es la virtualidad de la pantalla del ordenador. El “Blog” vendría a ser el espacio creado para hacer literatura. Sin embargo, en la Red como en las ciudades también hay que saberse perder y no es muy fácil hacerlo para quienes no conocemos la tecnología cibernética, y usamos la computadora como máquina de escribir, correo electrónico y buscadores de información. En, esta muy bien llamada, Red no es sencillo, para los que no conocen los sitios, encontrarse con “blogs”, a veces nos llegan noticias de alguien que ha abierto un nuevo sitio; las noticias son sencillas como si se tratará de algo común pero, en el fondo, sabemos que es extraordinario. Yo, debo confesar, que los que conozco los visité porque sus propios autores me invitaron a hacerlo, es decir me señalaron el camino.

Creo al igual que en el Bar Averno buscábamos comunicarnos entre iguales, relacionarnos entre pares, buscarnos a nosotros mismos, el “Blog” cumple esa función. Pero como todo en la vida tiene sus semejanzas y sus diferencias. Creo que el “Blog posee un carácter más personal, individual, que busca el diálogo sin la necesidad de conocer previamente al otro. En la relación virtual que establece el “Blog” podemos no saber como es el otro, sus gestos, sus maneras de hablar con el cuerpo, su forma de vestirse, sus libros con los que anda y eso nos deja con la palabra desnuda, sin ningún prejuicio que no sea lo que las palabras mismas proyectan. En el “Blog” el conversador, el contertuliano, el interlocutor, es el lector que visita el sitio. Y esto puede ser una ventaja, pero también puede ser falso, porque la realidad virtual no es la realidad real. Recordemos los matrimonios por Internet, a veces dan resultado cuando ambos se han mostrado tal cual son y, a veces como en la vida misma, terminan en el fracaso. De cualquier manera creo que es una forma válida de comunicación que nos permite relacionarnos más allá del contacto físico, creando una nueva forma de amistad: la virtual.

Y así como en el Averno y en Ave Sol había gente generosa, mezquina, inocente, eso también lo he visto en algunos de los “Blogs” que he visitado. Los de Oscar Gutiérrez, Juan Carlos Ramiro Quiroga, Miguel Lundin Peredo, Ramón Rocha Monroy y Sebastián Molina, por ejemplo, son generosos, espléndidos, me da impresión que pretenden compartir todo lo que saben. Quiero hacer una mención especial a Sebastián Molina que es una especie de evangelista del “Blog” que lleva su palabra por todas partes. Para terminar yo no abriría un “Blog” porque no tengo la destreza para manejar las herramientas de la Red, pero si me gusta visitar algunos y disfrutar de los textos y las imágenes que comparten con sus eventuales y virtuales parroquianos. Creo que en hay un punto de encuentro entre el libro y el “Blog”, y es que así como los libros buenos sólo existen para quienes los leen, los “Blogs” existen para quienes los visitan.

Lo mío seguirán siendo los cafés de la Monseñor Rivero en Santa Cruz de la Sierra, los del Prado en La Paz y ahora mismo los de la Plaza 25 de Mayo en Sucre.

Homero Carvalho Oliva

1 Comments:

At 9:37 p. m., Anonymous Anónimo said...

Si algo compartimos con Homero, fueron las noches de tertulia, los tragos, sus primeros cuentos, los arrestos, las nostalgias por su pueblo Mobima ya no están los callejones estrechos que nos conducían a la Averno a lo de Doña Maria , tampoco esta Homero como uno mas de los habitantes de esta ciudad de inmortales, ya no quedan los cafés de antes, la ciudad se ha llenado de nuevos lugares mucho mas sofisticados donde puedes tomar un café y comunicarte con el mundo, quedan cada vez menos callejones, menos rincones donde se sientan los poetas malditos de esta ciudad , los callejones se pierden y se abren nuevas ventanas , para lanzarnos a comentar lo escrito por un amigo, lo nuevo por descubrir en espacios tan amplios como es esta ventana al infinito.

 

Publicar un comentario

<< Home